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jueves, octubre 26, 2006

CRONICAS CONCIERTO SANTANDER

EL DIARIO MONTAÑES

El 'cowboy' Bruce conquistó Santander con su cara más festiva
por Jose María Gutierrez.

Era y será, sin duda, un concierto histórico y recordado en Cantabria. Primero, porque la categoría del artista lo obliga. Después, porque probablemente será irrepetible su presencia en nuestra comunidad, a no ser que otro Año Jubilar lo impida. Y por último, porque sus prestaciones y entrega sobre el escenario del Palacio de Deportes fueron increíbles, a la altura de una trayectoria sobresaliente que guarda centenares, miles, de episodios para el recuerdo de la historia de la música. Ayer sumó uno más con un concierto mítico, impresionante, irrepetible... no hay calificativos que lleguen a alcanzar lo vivido anoche, el vocabulario resulta insuficiente para describir con palabras las múltiples sensaciones que el 'Jefe' transmitió tanto sus fieles como a los que ayer se iniciaron en su religión. Más de uno tenía todavía que frotarse los ojos cuando Bruce Springsteen dijo aquello de «¿Buenas noches Santander! ¿Cómo estáis? ¿Estáis preparados?»; fue el momento de darse cuenta de que nada de lo sucedido hasta ahora había sido un sueño, sino una dulce realidad que llegaba a su punto más álgido.Al final, cerca de 9.000 personas -sumando las distintas fases de venta y se supone que las previsibles invitaciones gubernamentales-, asistieron al concierto que cerraba la gira española y que, como los otros cuatro anteriores, se convirtió en una recreación musical y escénica del espíritu del viejo Oeste americano, del recordado 'far west' que se nos ha hecho familiar a través de las películas. Así, desde ese improvisado 'saloon' en que se convirtió el escenario surgieron, sobre todo, sonidos del más clásico folk americano que amamantó Pete Seeger y que ahora ha rescatado 'The Boss', pero también hubo muestras de blues, country y alguna pincelada de rock and roll. Todo ello a través del talento de Springsteen, sin límites, ambicioso, reivindicativo y comprometido, y de los dieciséis músicos que forman la Seeger Sessions Band, magistral conjunto integrado por cuerdas, viento metal y coristas de voz angelical, que llenaron un escenario sencillo, simple, con tan sólo lámparas y cortinas, que no distraía la atención sobre los verdaderos protagonistas de la noche. La banda, ataviada como si de una película de John Ford se tratara, estuvo perfecta, con protagonismo conjunto y solista de cada uno de los instrumentos, que encajaron como si fueran uno. La única gran ausente fue la esposa de Bruce, la corista Patti Scialfa, que no lo ha acompañado en esta gira. Desde 'John Henry'Como ya era conocido, el concierto se vertebró sobre su último disco 'We Shall Overcome: The Seeger Sessions', monopolizando los sonidos folk y country y dejando poco espacio para el rock más conocido y popular del músico de New Jersey. Nadie echó de menos su rock más popular ni a la E Street Band, no fueron necesarios para conectar enseguida con el público, que le demuestra una pasión y admiración totalmente inexplicable con palabras. Así, Springsteen, entre un loco y apasionado griterío, dio comienzo el recital con 'John Henry' poniendo en marcha su exhaustivo y festivo recorrido por las raíces de la música americana. Le siguieron temas como 'Old Dan Tucker', 'Eyes on the Prize'... un inicio arrollador en definitiva para asegurarse la fidelidad de un auditorio que nunca desertaría. Incitando a la participación del público fueron sonando 'Atlantic city', 'Oh, Mary, Don't You Weep' o 'Jesse James' Lleno de fuerza, a Springsteen se le vio feliz, cómodo, encima del escenario, sin acusar los cinco conciertos que en apenas siete días ha ofrecido en España. Con su forzado pero entendible castellano se dirigió una y otra vez a sus seguidores, a los que agradeció su presencia y su calidez, preguntó cómo se encontraban y prometió volver pronto, a Santander, a Cantabria y a España. A sus «fans de siempre», dedicó 'Bobby Jean', preludio de 'Erie Canal', 'My Oklahoma Home', 'Mrs. McGrath' o 'Jacob's Ledder', una versión de 'Love of the common people' o la ya mítica 'Pay Me My Money Down', que el público alargó hasta un improvisado y espectacular final.Hubo tiempo para el rock de los 80 con 'You can look', para la revisión religiosa de un himno tan popular como 'When the Saints go Marchin'in' o para dos temas que nunca había tocado nunca en la actual gira, 'Fire' -que dedicó a todas «las mujeres bonitas españolas»- y ' The ghost of Tom Joad', cantada a petición de una chica de las primeras filas que se lo pidió a través de un insistente cartel. Temas que sonaron puros, vibrantes, sin los habituales inconvenientes sonoros que provoca el Palacio de Deportes, que ayer desaparecieron por completo. El 'cowboy' Bruce, tan azotante como el viento sur que arremetió ayer sobre Santander, sedujo con sonido potente y envolvente y su inconfundible voz. El final, no por esperado, fue menos emocionante y fue la interpretación de ese impresionante 'American Land', esa 'tierra americana' de la que se siente orgulloso, de la que no se avergüenza pero para la que reclama un cambio, esa tierra americana de salmos, leyendas de bandidos, desamores y búsqueda de la salvación a través de una melodía que ha destacado Springsteen a través de este su último disco, que pudimos disfrutar anoche, a lo grande, en directo. Y como la noche también tenía su espacio reservado para las sorpresas, sonó 'Bring'em home'. Los rítmicos sones enlazados de sus dos últimos temas sumergieron al público en un baile colectivo, en una locura sin freno, sin darse cuenta de que ya habían pasado dos horas y media de concierto, sin darse cuenta de que el sueño de una noche de otoño estaba llegando a su fin. Era un concierto histórico, lo era antes de celebrarse y lo fue después, porque el recuerdo que ya guardan todos los presentes será imborrable, como parece que también será para el 'Boss', por las muestras de cariño, cercanía, sencillez y pasión que demostró Springsteen con su gente, otra de las claves que adornan su granada trayectoria y que le hacen ser tan querido, muchas veces por encima de la lógica o el razonamiento.

Cientos de fieles vivieron con impaciencia las horas previas por Gonzalo Seyers

Los exteriores del Palacio de Deportes de Santander, a las seis de la tarde, eran ya un hervidero de camisetas negras y pantalones vaqueros, el uniforme de los adoradores del Boss. Y es que la estética 'made in' Bruce Springsteen era la nota común entre los cientos de fieles que se congregaron con mucha antelación a la apertura de las puertas. Todos albergaban la misma esperanza: hacerse con el mejor sitio para ver de cerca a su ídolo.

En dos filas que se extendían por toda la cara principal del Palacio se reunieron seguidores llegados de toda España, desde Vigo hasta Las Palmas de Gran Canaria, pasando por Burgos, Barcelona, Valladolid y, por supuesto, Cantabria. Incluso, había algún compatriota de Springsteen cuyo oficio es seguirle por todo el planeta.

Si hay algo que caracteriza a la música y a los conciertos del autor de 'The River' es lo heterogéneo de las edades de sus acólitos. Esto se debe, en gran medida, a la prolífica carrera del músico y que, a lo largo de casi tres décadas ha conseguido aunar los gustos de dos generaciones diferentes. Ayer, en el Palacio, gente joven que rozaba los veinte años se confundía con los más veteranos, los que han visto crecer y madurar al Boss.

En todo caso, la organización era fundamental, y el rotulador rojo, de punta gorda, corrió de mano en mano, Cada uno se apuntaba en su mano el número correspondiente en relación a su orden de llegada. Los primeros, a escasos metros de la principal puerta de acceso, acumulaban más de un día de espera junto al Palacio.

El número uno lo ostentaba Karen, de 25 años. Había llegado de San Sebastián el día anterior. Cuando se abrieron las puertas, llevaba 32 horas haciendo guardia junto a las vallas. Los números de los primeros cántabros, que habían llegado al Palacio al mediodia, ya apuntaban al medio centenar.

Matar el tiempo

Con tantas horas por delante y esperando con ansiedad el comienzo del concierto, las horas pasaron muy lentas. Las alternativas para matar el tiempo pasaban por charlas animadas con los compañeros de fila, ir a los puestos situados en el aparcamiento del campo del Racing para comprar un bocadillo o jugar a las cartas.

Los más originales elaboraron unas pancartas improvisadas en pedazos de cartón donde se podía leer: «Welcome to my house (Bienvenido a mi casa» o «The ghost of Tom Joad ('El fantasma de Tom Joad')», uno de los personajes de 'Las uvas de la ira' y nombre de un LP de Springsteen.